Me gustan los rituales, más cuando son compartidos. Me gusta cocinar, mirar con las personas que quiero el reloj en cuenta regresiva, pensar en lo que ha pasado en este periodo de tiempo e imaginar lo que pasará. Repasar ideas, planes. La sensación de empezar, sentir que los días vienen limpios, tras un borrón y cuenta nueva.
No me gusta, en cambio, la frustración que genera contabilizar los propósitos que se cumplieron y los que no, que es otra forma de nombrar lo que queríamos que ocurriera y contrastarlo con lo que ocurrió. Me pone ansiosa, en estos días, la insistencia en apresurar el tiempo, pensar en aprovecharlo, fijar el inicio y el fin de una etapa.
A mi parecer, los grandes cambios en la vida casi nunca embonan con el calendario. Es más, muchas veces son imperceptibles. Me refiero a aquellas transformaciones que no vienen de un evento que destaque entre los otros, sino de la sutileza del día a día: un gesto, una sombra, un pensamiento que nos cruzó por la cabeza y que trastocó nuestra forma de sentir, pensar, desear; que condujo por otros caminos nuestros deseos.
El mes pasado estuve en la Prepa Ibero, donde varios estudiantes leyeron en voz alta sus reseñas de Pequeñas manifestaciones de luz, mi segundo libro de cuentos. Disfruté mucho escuchar sus opiniones. Hubo elogios generosos y varias inquietudes, una de ellas constante: entender el por qué de los finales abiertos de mis historias. La mayor parte del tiempo prefiero no explicar mi obra, pero ese día lo consideré necesario y le comenté a aquel público joven, inteligente y entusiasta la tesis que acabo de exponer: la idea de que la vida cambia sin que nos demos cuenta, que el tiempo pasa a su manera por más que intentemos sujetarlo en las manos, examinarlo, marcar un inicio y un fin.
Me gusta pensar mi escritura como el intento de registrar y entender la realidad. Pero, ¿qué es la realidad? Existen hechos aceptados por muchas personas y una verdad individual, única, de cada una. Esta verdad interna no tiene líneas ni temas definidos. Es más bien insinuante, provocativa, está cargada de significados que se van conformando en el paso de los días. Me gusta pensar mis cuentos como un cuadro de Edward Hooper, donde cada gesto invita a la interpretación, la participación activa de quien está leyendo, y la historia que se va formando por acumulación de indicios. No es ninguna postura nueva ante la escritura, sino un intento de seguir a escritores que, mediante la brevedad y la insinuación, resaltan la poesía latente en la cotidianidad, como Raymond Carver y Carson McCullers.
A estas alturas, quizá se pregunten de qué tratará este newsletter, boletín o como prefieran llamarle, al que amablemente se inscribieron. Tengo intenciones claras al respecto, de verdad que sí, pero creo que todo quedará mejor explicado si les cuento de dónde surgió la idea de comenzar con esta vía de comunicación.
Antes que nada, debo aclarar mi principal motivación para iniciar estas escrituras: detesto las redes sociales. Las detesto porque me gustan más de lo que puedo permitirme. Crecí en los noventa, en una ciudad pequeña en el centro de México. Ir al cyber café fue mi diversión muchas tardes. Podía pasar tres o cuatro horas usando alguna de aquellas pesadas computadoras de escritorio con Windows98, sentada en una silla giratoria mientras leía fanfics de Harry Potter, datos curiosos de El señor de los anillos, testimonios de usuarios de sustancias psicoactivas. También disfrutaba conversar por ICQ o MSN Messenger con mis amistades de la secundaria o preparatoria. Ahí pasé horas y horas de mi niñez y adolescencia. Fui usuaria entusiasta de todas y cada una de las redes sociales que fueron surgiendo: Metroflog, Hi5, MySpace. Pero la obsesión empezó con Facebook. Esta herramienta tenía algo que me permitía estar y no estar en contacto con la gente, saber de su vida sin hablarles. Era muy cómodo. Y es que, la verdad, en el fondo, soy bastante introvertida. Amo conocer gente nueva casi tanto como me cuesta iniciar conversaciones. Según mi estado de ánimo, mantenerme en contacto, incluso con la gente que quiero, puede volverse más o menos complicado. Esta plataforma, en cambio, me dio por mucho tiempo la comodidad de sentirme cerca sin esforzarme demasiado.
Abrí mi cuenta de Facebook en 2008. Llevo 15 daños alimentando la base de datos de dicha empresa y acostumbrando a mi cerebro a distraerse a la menor provocación. Después de que salió mi primer libro de ensayos, Un lugar seguro, decidí abrir cuentas en las redes sociales más populares y usarlas para difundir mi trabajo. Lo hice y la distracción llegó a niveles exponenciales.
El problema, desde luego, no son solo estas plataformas. Hay otros factores que provocan esta falta de concentración, la cual me lleva a un desánimo general y muchas otras sensaciones desagradables. Pero el asunto de las redes me sigue dando vueltas en la cabeza. Me da la impresión de que el precio por usarlas, para mí, es cada vez más alto. Tanta información en mi cabeza que en realidad no quiero saber, tantas emociones que no puedo gestionar, tanta ansia por tener constancia de la aprobación de otres. Así que he decidido desligar mi trabajo creativo de las mismas. Dejaré Instagram abierto, pero intentaré comunicarme más por este medio y comenzar a probar otros canales que, pienso, pueden ser mejores para todes: abriré un par de talleres y cursos en línea, además de un club de lectura. Poco a poco, quiero volver a disfrutar de la comunicación digital, pero sin depender (tanto) del algoritmo.
El plan es escribir por acá con cierta frecuencia, practicar una escritura más relajada y libre que aquella que practico cuando escribo para medios impresos, e intentar empezar un diálogo. Iré imaginando formas de que esto se vuelva una conversación. Por ahora, siéntanse libres de escribirme, en respuesta al correo o en los comentarios de la página. Pueden proponerme temas o preguntas a resolver sobre escritura (la mía o procesos creativos en general), para incluirlos en estas reflexiones, cartas, conversaciones, o como prefieran llamarles.
Acerca del nombre de este nuevo espacio, va una anécdota breve. Hace tiempo, tuve que entregar un proyecto final para un diplomado de escritura. Hice un libro de cuentos. Lo llamé El nombre de las cosas. ¿Cómo se me ocurrió aquel título? Quizá venía de alguna declaración de Borges, cuyas frases rondaban en mi cabeza con frecuencia en aquella época. O de alguna saga sobre magos. O un manual de alquimia. Y es que en ese entonces creía, y la verdad todavía lo pienso, que el lenguaje es la verdadera magia. Me refiero a los rezos, los cantos, las palabras de cariño y odio, la manera en que un verbo puede iniciar el mundo.
➤ Agenda
Me interesa compartirles por acá eventos, cursos y talleres que daré, confiando en que puedan ser de su interés o que compartirlos con alguien. Procuraré ser breve: si algo detesto más que las redes sociales es el spam.
Empezaré el año con un taller presencial en CDMX, en Casa Tomada. Más información e inscripciones en este link.
En febrero daré una sesión de Habitaciones, curso de Tejiendo Historias que es impartido por una escritora distinta en cada sesión. Toda la info en este otro link.
Para quienes han preguntado, pronto abriré talleres virtuales. Les avisaré para acá, por supuesto.
➤ Concursos literarios
Quisiera que este espacio sirva, cuando sea posible, de apoyo y aliento para otros escritores. Por eso quiero compartir algunos consejos, recursos y convocatorias que me parezcan interesantes. Por ahora, va la info sobre tres concursos literarios:
Premio de No Ficción: Para una obra terminada, el premio es la publicación en diversas editoriales independientes de Latinoamérica. Cierra el 31 de mayo de 2024.
Beca Finestres de Ensayo: Para un proyecto de ensayo, con dotación económica y posibilidad de hacer una residencia en España. Cierra el 1 de febrero de 2024.
Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes: Para un libro terminado. El premio es económico. Exclusivo para personas mexicanas. Cierra el 12 de enero de 2024.
Muchas gracias por leerme. Seguimos al habla.
¡Gracias por compartir este espacio!
Acabo de terminar de leer el mes pasado Dinero y Escritura. Lo pedí por Amazon. Es mi libro. Me quedé muy impresionado cuando nos mostraste en el Curso Teórico de Novela en Tejiendo Historias con la anfitriona Sonia Higuera, a quien admiro mucho, lo que yo llamé la cimbra. En mi par de mamotretos físicos y hermosos de Maria Moliner, supe que la palabra, etimológicamente, proviene del latin vulgar cinturare, de cintura, acto de ceñir?, así, con ese signo al final, antes de cerrar el paréntesis y comenzar con las acepciones. Fuera de ello que estuvo maravilloso y enriquecedor, te cuento que supe de ti por un concurso en Casa Wabi, donde yo laboraba, en ese entonces como mesero de medio día a media noche o madrugada. A veces consistían mis tardes en ser acompañante de algún cliente que quisiera conversar, era parte de nuestro trabajo, también ayudar al Chef acarreando sus asadores u hornillas y utensilios hacia la parte que se encuentra después de la alberca transversal con pérgola y barra de bebidas que yo mismo llenaba de insumos para los acaudalados clientes que por llevarles un vaso de agua te daban hasta trescientos pesos. No se si una anécdota de un mesero (mil usos, en realidad) que quiere escribir sea recibida con agrado. Lo cierto es que las charolas eran pesadísimas, la vajilla de grueso barro cocido y casi humeando de caliente se me desequilibraba. Entiendo que yo estaba desnutrido y no tenía experiencia en la mesereada fina. Pero lo trágico era el servicio nocturno en la arena al rededor de la alberca pues no había estabilidad ni tracción. En una boda de lujo, me enviaron a llevarle champagne a las damas de compañía de la novia, ya un poco ebrias y en modo dicharacheras. Me iba jugando el trabajo, sin saberlo. Todo iba bien hasta que le tuve que servir su copa a una de las damas sentada en un taburete. Todas las demás bailaban y jugueteaban, sonreían, gritaban, me arrebataban las copas de la mano elkas mismas, pero ésta última estaba casi sentada en la arena. Señorita, le dije, aquí tiene, y no supe ni como la otra copa en la charola deladeada le cayó con todo y el líquido encima del vestido entre dorado y plateado de expandex. El champagne quedó en la hamaquita que se le hacía con el vestido entre las piernas. Me derrumbé. Me imaginé lo peor y hasta lloré de antemano internamente, pero en eso estaba, todo en un solo instante, cuando la dama, triunfante alzó la cabeza y me miró como retandome con ira, y luego sonrió, no te preocupes, no ha ocurrido nada, y en la hamaquita de su vestido seguía la champagne formando una lagunita. Volteó a mirar a una compañera de al lado que impactada observaba el suceso y le dijo, es impermeable, entonces estiró el vestido y aventó todo el líquido al aire transformado en gotas largas de sabor delicioso que fueron a parar a la arena. Me acordé inmediatamente de los pantalones Dockers, que no sé mojan. Tráeme otra copa, por favor, me pidió muy amable, ah, dijo, y pídete un tequila doble para el susto, estoy segura que no te volverá a ocurrir, ¡verdad!. Eso y otras cosas ocurrían en las noches mientras ustedes estaban inmersas en el concurso al que no tenía yo aún nada escrito digno de leerse que llevar, todo en mi cabeza con sueño eran ideas nebulosas guerreando entre ellas. Te envío un gran saludo y un abrazo fraterno, Olivia Teroba.